20/6/13

simpatía por el diablo

Tony Soprano, en el fondo todo un bonachón.
Es una pregunta fácil. Venga, mójate. ¿Alguna vez has admirado a un criminal? ¿Crees que es posible que te caiga bien un ladrón o un asesino? Esta peliaguda cuestión, que hace algunos años podría hacer tambalear los cimientos éticos de más de uno, es fácil de responder hoy en día, al menos en mi caso. Sí, soy capaz de admirar a una persona de moral dudosa, porque sé que no todo es blanco o negro.

En el mundo de la ficción (cinematográfica y televisiva), hace años (no tantos) hubiera sido impensable que un personaje éticamente discutible fuera no ya el protagonista de una serie, sino un modelo a seguir. De acuerdo, existían grandes malvados como J.R. Ewing (Larry Hagman) en la mítica “Dallas” (1978–1991), pero provocaban reacciones adversas.

Una familia como cualquier otra.
Y entonces llegaron “Los Soprano” (1999-2007). El protagonista de la serie, Tony Soprano, era un padre de familia con los habituales conflictos con hijos adolescentes, una madre posesiva, una hermana pirada, un pésimo gusto en el vestir, un problema de sobrepeso y, sobre todo, un complicado estado mental que le provocaba ataques de ansiedad y le obligaba a visitar la consulta de una psiquiatra. Más o menos como cualquier hijo de vecino. Que se dedicara al reciclaje de basuras… perdón, a negocios mafiosos, era lo de menos.

Rebobinemos: Francis Ford Coppola nos acostumbró, con su trilogía de “El Padrino” (1972-1990), a la mafia de la edad dorada, caracterizada por trajes elegantes, grandes mansiones, lujos… Toda una imagen de glamour que “Los Soprano” rompió con sus mafiosos vestidos en chándal, sus reuniones en clubs de strip-tease, la costumbre de esconder el dinero en bolsas de basura (¡qué gran inspiración para Julián Muñoz!)… una mafia cutre, de estar por casa. Atención, hay que ser justos y reconocer el valioso precedente de “Uno de los nuestros” (1990) de Martin Scorsese, la primera película que te provocaba la sensación de que la mafia molaba y que, en el fondo, suponía un estilo de vida que muchos desearíamos, a pesar de esos pequeños detalles sin importancia como llevar a un tío en el maletero.

Un mal día lo tiene cualquiera.
“Los Soprano” consiguió, desde el minuto uno, que nos identificáramos con esa familia –disfuncional, dicen algunos; yo creo que simplemente normal-, porque nos reconocíamos en ella. Y, sin duda alguna, James Gandolfini, el enorme (en todos los sentidos) actor que interpretaba a Tony Soprano, el páter familias, era el principal motivo de nuestra atención. Su rostro lo decía todo: veías su cara de bonachón y pensabas: “Qué buen tipo”. Pero cuidado, si le tocaban los huevos sus arranques de violencia podían acabar de la peor forma.

Tony Soprano abrió las puertas a una nueva era de la ficción televisiva. No en vano, “Los Soprano” fue nombrada el pasado 3 de junio por el sindicato de guionistas de Estados Unidos como la serie mejor escrita de la historia. Aparte de eso, una opinión que comparto totalmente, originó la creación de varios personajes magistrales de moralidad dudosa para demostrar que en la televisión, como en la vida real, no hay buenos ni malos.

El nuevo estilo mafioso.
Así, confieso que admiro profundamente a un asesino en serie como “Dexter”; a un policía corrupto como Vic Mackey en “The Shield. Al margen de la ley” (2002-2008); a los moteros traficantes de armas de la menospreciada (¡ya os arrepentiréis, cabrones!) “Hijos de la anarquía”, la VERDADERA heredera de “Los Soprano”; a los estafadores gitanos de “The Riches. Familia de impostores” (2007-2008); a los cirujanos plásticos rijosos y peseteros de “Nip/Tuck” (2003-2010); al polígamo mormón de “Big Love” (2006-2011); a la enfermera pastillera de “Nurse Jackie” (interpretada, por cierto, por Edie Falco, que encarnaba a Carmela, la mujer de Tony); y a Hank Moody, el adicto al sexo de “Californication”. Son solo algunos ejemplos, pero todos ellos no habrían existido sin el ilustre precedente de Tony Soprano, un personaje que no hubiera sido el mismo sin James Gandolfini. Respect.

(Dos últimos apuntes: uno, no me gusta nada el título de “Simpatía por el diablo”, por sobado y porque me recuerda a los Rolling Stones, pero creo que representa bien lo que quería explicar; y dos, he evitado escribir la típica necrológica con datos copiados de la Wikipedia que no sirve de nada y que repite todo el mundo, porque es un género que detesto y porque creo que es más personal recordar a alguien por lo que significó para ti).